miércoles, 17 de octubre de 2007

EL NACIMIENTO DE UN MITO

En muchas ocasiones, las historias esperan años a ser contadas. Esperan siglos para ser entrelazadas por la casualidad. El proyecto cinematográfico de Los ajos quemados es fruto de los viajes, el azar, la pasión y el empeño en desvelar la otra cara de la guerra. La que no figura en los libros de historia; la que concierne a las personas.

Uno de los múltiples viajes del director del film, Marco Lledó-Escartín, por los pueblos de Cuenca y Teruel le permitió conocer una leyenda. Una leyenda que sólo recordaban los más viejos. En ella se contaba la existencia de un soldado español que, tras la guerra de la independencia, buscaba el camino de retorno a sus tierras. Sin embargo, el soldado estaba muerto y propagaba ese olor a muerte por toda la comarca. Muchos de los ancianos explicaban cómo sus madres les decían que no se alejaran del pueblo. Si lo hacían, si se internaban en los bosques, podrían encontrarse al espectro del soldado que huele a ajos quemados.

La historia fascinó a Lledó-Escartín, quien se lo comunicó a Ignacio Carratalá, co-guionista del texto final. El director y el guionista comenzaron una investigación casi antropológica que les sumergió en el fascinante universo de la España rural. Trataron de indagar en el fondo de la leyenda. Buscaban el detonante del fenómeno mágico que describían en los pueblos.

La mayoría de los libros de historia no aportaron mucho, por lo que decidieron investigar la historia paralela; la que contaban los soldados en sus cartas. Al igual que “el hombre del saco” provenía de un asesino de niños, un sacamantecas, el de los ajos quemados debía tener un equivalente real.

La investigación les llevó hasta un coleccionista de objetos de la Guerra contra los franceses, cuya identidad prefiere mantener oculta. En algunas de las cartas de un regimiento a cargo de un oficial de origen valenciano, se hablaba de un brote de peste. Todo ocurrió al final de la contienda. Los soldados supervivientes contaban que su superior, gravemente enfermo y con delirios, escapó una noche. No paraba de decir que quería volver a su tierra. Que quería abrazar a su esposa.

Días después se le vio vagando por distintas aldeas aisladas. El pánico por el aspecto cadavérico y el fuerte olor que despedía hizo que se generara la leyenda. Esa es la principal hipótesis que justifica la historia del oficial muerto, así como el terror nacido de gentes supersticiosas y profundamente religiosas.

El entusiasmo se hizo fuerte en el director y el guionista, que decidieron centrarse en el punto de vista mágico sin dejar de lado el humano. Pretendían mostrar el miedo de la gente y el desconcierto de un militar ajeno a sus delirios, incapaz de comprender qué le sucedía exactamente. Los ajos quemados es una historia de desorientación y desentendimiento tras el desastre.

No obstante, una sorpresa estaba a punto de cambiar el curso de un guión casi decidido. El coleccionista había contado el interés de los autores en un foro de intercambio con cierto carácter clandestino. Allí, un conocido le hizo llegar una copia de un manuscrito en francés. La traducción fue como una sobredosis de adrenalina. Aunque se sigue dudando de la veracidad documental del texto, no hay duda posible sobre su datación. El escrito adquiere forma de memorias de un soldado francés que huye tras la guerra. Alguien le persigue. Alguien que ha muerto entre sus manos. Esa persona no cesará en su empeño y, según le desvela un viejo, huele a ajos quemados.

La lectura del documento hace pensar más en un soldado con ciertas dotes literarias que en un hecho cierto. Sin embargo, la relación entre las dos historias es indiscutible. Y esta vez existía un lugar y una fecha: Aigües Mortes, 1828.

El escrito contiene numerosas expresiones en valenciano y no pocas referencias geográficas, aunque los nombres han sido sustituidos por otros ficticios. Esta ocultación puede deberse a motivos de seguridad para su autor, aunque sólo son simples conjeturas.

El co-guionista de la primera historia, de acuerdo con el director, decidió mantener el carácter literario de la obra original y escribió un nuevo texto. Este relato ya estaba plenamente relacionado con Los ajos quemados y, por su carácter de oposición a la leyenda, decidió llamarlo El envés. En su elaboración se tomaron las licencias literarias necesarias para dotarlo de unidad y coherencia, pero se respetó la línea argumental.

Como se decía en un principio, el azar, la pasión y el empeño por mostrar una visión diferente de la historia han dado como fruto una obra que ha crecido día tras día. Una historia que nos supera y cuya primera parte ya se ha rodado. Los ajos quemados, también redactada en principio como una obra literaria, encontró en María Santolaria, directora de fotografía, la aliada perfecta para transmitir con la vivacidad de la imaginación los ambientes y las sensaciones de la leyenda.

El envés espera. Aguarda preparado y menos oculto que antes de la investigación la oportunidad de cobrar vida. La resolución de la historia, por desgracia depende del dinero y el dinero no depende del equipo de rodaje. Los ajos quemados se ha filmado desde la pasión por descubrir al publico una cara oculta de la historia, pero El envés, la otra cara de la contienda, es lo que permite entender el alcance de las relaciones humanas durante épocas de desastre e ignorancia.

El equipo de Los Ajos quemados no pretende pontificar una nueva historia, sino entrelazar dos mundos apasionantes que, si han salido a la luz es porque llevaban muchos años esperando ser desvelados. Mas allá de toda superstición religiosa, es una forma de que los fantasmas de nuestro pasado queden en paz con sus propios fantasmas.

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